EL SECRETO DE LA FELICIDAD ESTÁ EN EL ANDAR DESPACIO


"EL SECRETO DE LA FELICIDAD ESTÁ EN El ANDAR DESPACIO"

Esta frase, que descubrí en "El señor Ibrahim y las flores del Corán", la tengo siempre a mano para volverme a mi cauce cuando siento que he llovido demasiado y corro el riesgo de desbordarme.

Cuando la descubrí, la reconocí enseguida, porque rápidamente la sentí emparentada con una propia que suelo tener en la mesilla de noche:

" LA FELICIDAD ES UN CAMINO QUE ME GUSTA RECORRER CON LOS PIES DESCALZOS"

Cuando somos muy jóvenes devoramos el tiempo con las enormes fauces de la pasión. El pasado no existe y el presente es solo la permanente antesala, electrizante y ansiosa, del verdadero protagonista que es el futuro. Querríamos morder la mitad de la sandía de un solo bocado y colocarnos de pronto en esa edad de plenitud, cénit de nuestra vida en casi todos los sentidos.


Cuando somos un poco "menos jóvenes" perdemos la prisa, nos damos cuenta entonces de que cambia el proceso y es ahora el tiempo el que amenaza con devorarnos a nosotros. Tenemos que lastrarlo para sentirlo, para huir de su dolorosa levedad. Se nos escapa, no como el agua que aún moja nuestros dedos y nos hace sentir brevemente su frescor, sino como el humo de un narguile, que nos envuelve sugerente y nos presta su aroma con la irritante concisión de un efímero beso.

domingo, 11 de noviembre de 2012

El otro ALEPH

Habría leído el cuento de Borges mil veces y no se cansaba de la mágica descripción del Aleph. Siempre vivió fascinada por esa pequeña esfera tornasolada que contenía todos los lugares, todas las emociones, todos los sucesos. Por ese “punto del espacio que contiene todos los puntos”.

Últimamente su memoria la olvidaba y se veía obligada a vivir en un presente continuo. Pasado y futuro eran ya solo dos tiempos verbales pero, en algunas ocasiones, los recuerdos se escapaban entre las rendijas que dejaba el olvido y en esos momentos el Aleph volvía con su “casi insoportable fulgor”. A veces ocurría mientras paseaba por el parque; otras, mientras mojaba la magdalena en la leche tibia y también mientras paseaba de la mano cariñosa de esa joven que tanto se parecía a su hija.

Esa tarde decidió ir sola al parque. Se acercó al banco situado entre los chopos y observó fijamente un hueco entre los setos por donde solían meterse a jugar los perros y los niños. Se tumbaban en la hierba y sonreían con la complicidad de quienes comparten un gran secreto. De pronto le recordó al sótano de la calle Garay del cuento de Borges. Se acercó a él y se acostó sobre la hierba en la misma posición que lo hacían los niños… Entonces lo vio.

Vio el rojo de la sandía que devoraba al salir del río donde se bañaba cuando era pequeña.
Vio  el amarillo de la cosecha, subida al trillo de su padre mientras se movía lento  dibujando círculos sobre las mieses repartidas por la era.
Vio el azul impecable que iluminó su boca en el primer beso.
Vio la tibieza blanca gotear de su seno y alimentar la vida recién nacida.
Vio el velo plateado de la niebla sobre el Bósforo.
Vio el púrpura caliente de las noches de amor y el aleteo de las mariposas monarca posadas sobre su cuerpo.
Vio el ámbar de las hojas poblando los caminos.
Vio la lluvia en la cara de su amado, bajo una tormenta en Palenque.
Vio dos niños corriendo por la playa detrás de una cometa y racimos de nieve que, al tocar la arena, estallaban en estrellas de cristal.

Había encontrado su Aleph.










1 comentario:

  1. Dios mío Lolita, tienes el don de la palabra en una barita mágica. Esas visiones con sus colores me han dejado el corazón en carne viva, me han estremecido profundamente.

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