Las mezquitas son inherentes a Istanbul
como lo es el fluir a los ríos.
Como las olas son sustancia de la mar,
esenciales, como el olor a la lluvia.
Son tantas y tan hermosas que es imposible sustraerse a su presencia. Perfiles imprescindibles en la silueta de esta ciudad que recortan su horizonte proporcionando al afortunado observador un rosario inolvidable de amaneceres y atardeceres.
El segundo de los cinco mandamientos pilares sobre los que se sustenta la religión musulmana es la oración, que debe ser realizada 5 veces al día mirando hacia la Meca: al amanecer, al mediodía, a media tarde, después de anochecer y antes de acostarse. Pues bien, cinco veces al día el almuédano sube a su alminar ( ahora ya no suben; utilizan megafonía ) para cantar la oración , proporcionando así una auténtica banda sonora a de la ciudad.
Puedes estar comiendo, fumándote un narguile, en los mercados, paseando por cualquier rincón de la ciudad...siempre te envuelve la llamada a la oración; te arrulla, te acompaña, te recuerda que estás en Istanbul.
Las mezquitas son auténticos remansos de paz . Paseamos por Laleli cadessi y vemos una puerta de piedra que pasa casi desapercibida en el bullicio de la avenida. Al traspasar la puerta se hace el silencio. El mundo se queda atrás y unas escaleras antiguas nos conducen al enorme patio de la mezquita Laleli camii. Están llamando a la oración y me siento a escuchar y a escribir. Impresiona estar oyendo la llamada en este lugar, con este silencio. Van acudiendo al rezo los hombres. Me pongo un velo blanco y entro. Silencio. Frescor. Hombres pasando una y otra vez las cuentas del rosario entre sus dedos...
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