EL SECRETO DE LA FELICIDAD ESTÁ EN EL ANDAR DESPACIO


"EL SECRETO DE LA FELICIDAD ESTÁ EN El ANDAR DESPACIO"

Esta frase, que descubrí en "El señor Ibrahim y las flores del Corán", la tengo siempre a mano para volverme a mi cauce cuando siento que he llovido demasiado y corro el riesgo de desbordarme.

Cuando la descubrí, la reconocí enseguida, porque rápidamente la sentí emparentada con una propia que suelo tener en la mesilla de noche:

" LA FELICIDAD ES UN CAMINO QUE ME GUSTA RECORRER CON LOS PIES DESCALZOS"

Cuando somos muy jóvenes devoramos el tiempo con las enormes fauces de la pasión. El pasado no existe y el presente es solo la permanente antesala, electrizante y ansiosa, del verdadero protagonista que es el futuro. Querríamos morder la mitad de la sandía de un solo bocado y colocarnos de pronto en esa edad de plenitud, cénit de nuestra vida en casi todos los sentidos.


Cuando somos un poco "menos jóvenes" perdemos la prisa, nos damos cuenta entonces de que cambia el proceso y es ahora el tiempo el que amenaza con devorarnos a nosotros. Tenemos que lastrarlo para sentirlo, para huir de su dolorosa levedad. Se nos escapa, no como el agua que aún moja nuestros dedos y nos hace sentir brevemente su frescor, sino como el humo de un narguile, que nos envuelve sugerente y nos presta su aroma con la irritante concisión de un efímero beso.

domingo, 30 de octubre de 2011

SUS PARTIDAS. PRELUDIO DE SUS AUSENCIAS.

 Uno a uno se fueron posando sobre mí los cristales. Sutiles cristales de lejanía que, como mariposas rotas, se incorporaban a mi piel despacio para impedirme la conciencia de su presencia.
Un día saqué las maletas del doblado. Otro preparé los edredones y sus sábanas preferidas. Mais um, salí a comprar la lista de necesidades y caprichos que yo, como rosas de encaje, añadí para que se encontraran bien, para que estuvieran mejor.
La intensidad de su ilusión al desplegar las alas era inversamente proporcional a la mía que, espectante ante sus vuelos,  replegué  um bocadinho para cobijarme del frío anticipado por sus partidas.










 Sus sonrisas, enormes,ocupaban toda la casa. Miraban desde la proa con los brazos abiertos el mar inmenso que se extendía ante sus ojos. Sus sonrisas azules, de par en par, amortiguaban así la lluvia de cristales hasta hacerla casi imperceptible y,solo en el trayecto de vuelta, llegando a casa después de dos semanas de dura travesía,sentí claramente su peso y alumbré desde mis ojos parte de ellos.

El resto los guardo conmigo, para arrancarlos poco a poco en los regresos. Afortunadamente son cristales de ausencia y no de soledad.
Octubre de 2011.

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